El libro de los Jueces es un relato de la violencia y el derramamiento de la sangre. Por eso se pregunta el propósito de esta tradición divina. Relata la gran calamidad nacional que vino sobre Israel apostata, la decadencia moral de la nación y la inhabilidad del pueblo de Dios de vivir los ideales altos de la Ley de Moisés.
Básicamente es un relato de fracaso y, por eso, tenemos la razón por su inclusión en la Escrituras inspiradas. Pablo observa:
“Todas estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, que vivimos en estos tiempos finales.”
(1 Corintios 10:11)
Siendo la tierra de Canaán como un regalo de parte de Dios para Israel, el Señor les había guiado en la distribución de la misma en favor de las tribus existentes. En aquella ocasión, los Israelitas escucharon con la debida atención el discurso de despedida de Josué, y se prepararon para tomar posesión de las áreas asignadas por su líder (Josué 22-23). Durante esta fase crítica de transición, Josué reunió al pueblo y les invitó a tomar una importante decisión.
Josué reunió “a todas las tribus” (Josué 24:1) y habló “a toda la gente” (Josué 24:2). Esta convocación, no fue idea de Josué, sino de Dios; quien inició la invitación de Josué a reunir al pueblo a presentarse delante de Él. Esta convocación delante de Dios se llevó a cabo en Siquem, una de las más grandes ciudades en las partes altas de Samaria o la parte central de Canaán.
Los israelitas tenían que elegir:
“Si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” (Josué 24:15).
Dios nunca obligó a su gente a servirle, Josué les ofreció la elección. Ellos, al final, debían escoger si se comprometían con Dios a reconocerle como el exclusivo objeto de servicio y adoración. El pueblo declaró abiertamente su decisión:
“El pueblo entonces dijo a Josué: No, sino que a Jehová serviremos.” (Josué 24:21).
Su líder, les ayudó a clarificar las implicaciones que vendrían de servir a Dios en ese nivel de fidelidad. Josué, además, demandó de ellos un pleno reconocimiento de que esa decisión le había tomado como resultado de sus propias reflexiones; no como el resultado de una coerción de su parte.
Habiendo guiado Josué a Israel a la renovación de su promesa de servir a Dios, la tarea de este líder había llegado a su cumplimento. Poco después de esto, a la edad de ciento diez años, Josué murió y fue sepultado en esta misma área (Josué 24:29-30).
Llegamos al Libro de Jueces y por primera vez, la nación de Israel se encontró sin un líder terrenal. Ya no había un Moisés ni un Josué para que los uniera y dirigiera. Después de la muerte de Josué y la muerte de esa generación, se levantó una generación que no tenía contacto con una evidencia de las obras de Dios y que olvidó sus raíces como nación.
Lastimosamente, el Libro de Jueces revela las bajezas a las que la naturaleza humana puede descender cuando se olvida de su Creador y Salvador. Sin embargo, esperamos que en medio de los tristes relatos descritos en él, nosotros podamos hallar hermosas lecciones de la fidelidad, de la paciencia, de la provisión y del amor de Dios, así como otras enseñanzas aplicables a la vida espiritual en nuestros días.
El autor.
Ningún autor se menciona en el libro, pero el Talmud (Antiguo Testamento hebreo) identifica a Samuel, quien fue un profeta clave que vivió durante el tiempo en el que se llevaron a cabo estos acontecimientos, y probablemente pudo haber resumido la época (1 Samuel 10:25). El tiempo fue antes de la captura de Jerusalén por parte de David 1004 a.C. (2 Samuel 5:6, 7) debido a que los jebuseos aún controlaban el lugar (Jueces 1:21). Además el escritor se enfoca en una etapa en la que todavía no había rey en Israel (Jueces 17:6; 18:1; 2:25). Debido a que Saúl comenzó se reinado alrededor del 1043 a.C., poco después de que su reinado comenzara es probable que se escribiera Jueces.
El nombre del libro.
El nombre del libro proviene del tema principal del mismo – Los Jueces de Israel (2:17-19; 11:27). Estos son los protagonistas centrales del libro. La palabra “Jueces” es una traducción de la palabra hebrea “shofetim”, que proviene de una palabra que significa tanto “gobernar” como “juzgar”.
Otras naciones llamaban a sus gobernadores “shofetim”; por lo tanto, aunque se ha traducido como “juez” en la Biblia en español, la palabra “juez” no comunica el sentido completo de este oficio. Básicamente hace referencia a la persona o grupo de personas que actuaban como líderes y libertadores militares de Israel.
Ninguno fue líder nacional. Sólo Josué y Samuel fueron líderes reconocidos nacionalmente. Cada juez entre Josué y Samuel ofrecieron liberación sólo a algunas pocas tribus localmente. Existe una buena probabilidad que algunas actividades de los jueces eran sobrepuestas en varias partes de Canaán.
El juez lee la ley de Dios al pueblo y les exhorta a obedecer los mandamientos de Jehová
1. Jueces 3:17-19
2. I Samuel 7:3-4
3. Comparar el papel del rey. 1 Reyes 22-23
Los Jueces procedían de distintos estratos de la sociedad, y hasta hubo entre ellos una mujer. Tuvieron, sin embargo, hay tres características comunes a todos los jueces:
- Ellos fueron llamados por Dios.
- Fueron dotados de poder para realizar su tarea.
- Eran personajes desconocidos, “o débil del mundo… lo menospreciado”
(I Corintios 1:27,28), y no los prominentes, los de influencia, los poderosos.
Cuando un juez moría o terminaba su tarea, usualmente dejaba un vacío político y espiritual. Además, los jueces mismos no siempre eran personas de un alto carácter moral o compromiso espiritual profundo. El libro de Jueces demuestra cuán mal llegaron a ser los asuntos cuando uno ignora los pactos de Dios y se compromete la fe personal.
Un pueblo santo.
El discurso de Moisés en Deuteronomio 7 enfoca la necesidad de que Israel tome la tierra de quienes actualmente la habitan. Al escoger a Israel y darles la tierra de Canaán, Dios también rechazaba a sus actuales habitantes, y ponía fin a su derecho de vivir allí.
La lista de las naciones muestra que los ocupantes de la tierra no eran una sola raza, sino distintos grupos que habitaban en distintas partes del territorio, y probablemente tenían un buen número de ciudades fortificadas. La orden de destruir estos pueblos era absoluta. Israel, el pueblo de Dios, debía librarse de la maldad y corrupción de la religión y vida de esa nación. La eliminación de los cananeos tenía como meta, sobre todas las cosas, desarraigar la falsa religión que practicaban.
La destrucción de los cananeos, por lo tanto, es parte de la guerra entre la verdadera y falsa religión. Al igual que el juicio sobre el mundo con el diluvio, este tipo de destrucción sólo estaba diseñada para que sucediera una sola vez (Génesis 9:15), y mostrar, en la vida de Israel, que Dios se opone totalmente a la adoración de otros dioses, lo cual trae consigo toda clase de males.
Había siete etapas en cada uno de estos ciclos:
reposo,
rebelión,
represión,
arrepentimiento,
gobernante,
liberación y
reposo.
Hay que notar que cada ciclo comienza y termina con reposo. Cuando los hijos de Israel comenzaban a olvidarse del Señor y abandonaban Sus caminos, empezaban su sendero descendente. Solamente cuando verdaderamente se arrepentían de corazón, el Señor comenzaba a restaurarlos y a levantarlos nuevamente hasta llegar de nuevo al reposo.
Este ciclo cesa después de Jueces 16:31, pues, desde el tiempo de Abimelec en adelante, la tierra de Israel ya no recupera su paz, la liberación es menos completa. Jefté falla donde Gedeón había tenido éxito al evitar la guerra civil. Sansón ya no efectuó una liberación real de los filisteos.
Cada repetición demuestra el espiral en descenso hacia la edad obscura del Antiguo Testamento. Aunque la gente apeló a Dios por ayuda, un arrepentimiento genuino por los israelitas no está claramente indicado, excepto en Jueces 10:10, 15. El lector cuidadoso se da cuenta que los ciclos no son parejos, sino que cada repetición enseña una nueva baja en desobediencia hacia el pacto de Dios.
Punto de reflexión
Esta lección enfatiza la importancia de mantener una fe vibrante, activa y manejable en Cristo Jesús. El texto bíblico ilustra cuán importante es que la generación anterior pase a sus hijos una fe auténtica en Dios. Sin embargo, es importante que nuestros hijos no simplemente adopten nuestras reglas y guías. Si nuestros hijos creen que las ceremonias, rituales y guardar reglas y mandamientos son un substituto para una relación diaria, dinámica y genuina con Cristo, hemos fracasado.
Baal y Astarot
Baal era la deidad suprema masculina de las naciones de Fenicia y Canaán. En ocasiones en la Escritura, el nombre aparece en plural y probablemente se refiera a las muchas modificaciones o imitaciones de Baal. Baal significa señor y maestro y se refiere a él a menudo en el Antiguo Testamento. La contraparte de Baal era la deidad femenina Astarot. Ella era la diosa de fertilidad, amor y guerra. La adoración de Astarot se encontró también entre la gente de Mesopotamia. En esa región, su nombre era Istar, significando estrella.
Baal y Astarot (Jueces 2:13) formaron una religión alterna a Jehová. El exceso sexual y el espíritu de guerra caracterizaron esta religión pagana. Los israelitas quienes “no conocían a Jehová ni la obra que Él había hecho por Israel” (2:10) estaban dispuestos a incorporar estas creencias religiosas a la adoración a Jehová. En lugar de abandonar totalmente a Jehová, los israelitas sencillamente substituyeron a Jehová por Baal y adoptaron a Astarot como una nueva adición.
La vida moral
Un tema que surge inevitablemente es el del carácter de algunos de los líderes que Dios levantaba como jueces. Vistos desde la perspectiva del Nuevo Testamento y la moral cristiana, algunos de los jueces nos parecen muy lejos de las normas de la piedad y la vida santa. A ello podemos responder que vivieron en tiempos difíciles, cuando la enseñanza de la Ley estaba muy descuidada.
El último líder del período de los jueces fue Samuel, pero su vida ejemplar ya no se incluye en el Libro de los Jueces, sino se relata ampliamente en los libros llamados I y II Samuel. Él, además de ejercer el cargo de magistrado, fue profeta y, al igual que Sansón, participó en librar a la nación del dominio de los filisteos.
Como de costumbre, toda lección debe tener una aplicación a la vida personal y a la vida de la congregación en el tiempo presente, para confirmar que el mensaje de la Palabra de Dios es siempre actual para los problemas del hombre en cualquier época.
Fechas
La cronología de los varios jueces en diferentes sectores de la tierra da lugar a preguntas de cuánto tiempo pasó y cómo los totales de tiempo pueden encajar en el período total desde el éxodo (1445 a.C.) hasta el cuarto año de Salomón, 967-966 a.C., el cual se dice ser de cuatrocientos ochenta años (1 Reyes 6:1; Jueces 11:26). Una explicación razonable es que las liberaciones y años de reposo bajo los jueces en distintas partes incluían períodos de tiempo que empalmaban, de tal manera que algunos de ellos no siguieron de forma consecutiva, sino más bien al mismo tiempo durante los cuatrocientos ochenta años. La estimación de Pablo de «como por cuatrocientos cincuenta años» en Hechos 13:20 es una aproximación.
Jueces abarca el período transcurrido entre la muerte de Josué y el establecimiento de la monarquía. No se sabe la fecha exacta. Sin embargo, la evidencia interna indica que fue escrito en los primeros años de la monarquía tras la coronación de Saúl, pero antes de la conquista de Jerusalén por David, entre los años 1050 y 1000 a.C. Esta fecha se apoya en dos datos:
1. Las palabras: “En aquellos días no había rey en Israel.” (Jueces 17:6) fueron escritas en un período en que Israel ya tenía un rey.
2. La declaración que “el jebuseo habitó con los hijos de Benjamín en Jerusalén hasta hoy.” (Jueces 1:21) apunta hacia un período anterior a la conquista de la ciudad por David (2 Samuel 5:6, 7).
El trasfondo histórico ocurre en un caótico período en la historia de Israel entre los años 1380 y 1050 a.C. Bajo el liderazgo de Josué, Israel había conquistado y ocupado, en parte, la tierra de Canaán,
Propósito
El propósito del libro de los Jueces es triple: histórico, teológico y espiritual.
- En lo histórico, el libro describe los acontecimientos ocurridos en un período específico de la historia de Israel y proporciona un vínculo entre la conquista de Canaán y la monarquía.
- En lo teológico, destaca el principio establecido en la ley, de que la obediencia trae consigo paz y vida, y la desobediencia, opresión y muerte. Por otra parte, señala la necesidad de una monarquía centralizada y hereditaria en Israel. La desobediencia de Israel a la autoridad del Señor en tiempos del inspirado liderazgo de los jueces dio lugar a la apostasía y a la anarquía, lo cual demostró la necesidad de que una monarquía permanente, centralizada y hereditaria gobernara al pueblo de Israel.
- En lo espiritual, el libro muestra la fidelidad del Señor a las promesas de su pacto. Cada vez que el pueblo se arrepentía y se apartaba del mal, el Señor lo perdonaba y levantaba líderes llenos del poder de su Espíritu para liberarlos de sus opresores.
Enseñanza para nuestra vida
El libro de los Jueces ilustra las desastrosas consecuencias de apartarse de Dios, adoptando prácticas idólatras. El pecado separa de Dios. El Señor requiere consagración de parte de su pueblo. Cuando cometemos pecado, el Señor nos reprende en su amor hasta que volvemos ante su presencia completamente arrepentidos.
Cuando clamamos a Él, el Jehová responde fielmente. Nos perdona, nos libera y restablece la comunión con nosotros. El Señor, Jesucristo es nuestro juez, nuestro libertador. Es capaz de hacer cosas imposibles. Lo mismo que Jehová designó libertadores y los llenó con el poder de su Espíritu, es capaz de ungirnos con el espíritu de Cristo y usarnos para liberar por el Evangelio a aquellos que están atados por el pecado y la desesperación. Jehová responde al llanto de un corazón arrepentido, es fiel y su amor es constante.
Bosquejo
El libro de los Jueces se divide en cinco secciones bien definidas. Comienza con un prefacio histórico general (Jueces 1: 1 a 2: 5) o visión de la conquista parcial de la tierra después que hubo sido repartida entre las diferentes tribus por Josué.
Las tribus se apoderaron solas de su herencia particular, o a veces varias de ellas se unieron cuando se vieron frente a una fuerte resistencia. A pesar de sus esfuerzos, los israelitas sólo lograron un éxito parcial en su propósito de tomar posesión de las tierras que se les asignaron. Las relaciones de Israel con los cananeos que quedaron forman el marco de fondo de la historia de los siguientes capítulos y explican por qué fueron necesarios los jueces.
Sigue una segunda introducción (Jueces 2: 6 a 3: 6), cuyo objeto es mostrar cómo la apostasía religiosa que siguió a la muerte de Josué continuó sin disminuir.
El autor procede entonces a relatar la historia de las tribus bajo 12 jueces (Jueces 3: 7 a 16: 31). Es una historia de pecado que se repite vez tras vez, y de la gracia divina, que ofrece siempre nuevos medios de liberación. El episodio de las usurpaciones de Abimelec se expone con más amplitud para prevenir al pueblo del peligro de escoger un monarca que no cumpliera con las especificaciones divinas (Deuteronomio 17: 15).
El libro termina con dos apéndices. Ambos describen sucesos que ocurrieron en la primera parte del período de los jueces:
El primero (Jueces 17 y 18) relata la idolatría de Micaía y del santuario que albergó sus imágenes en la tribu de Dan hasta la muerte de Elí;
El segundo apéndice (Jueces 19 al 21) registra el vil acto de los benjamitas de Gabaón y la venganza infligida sobre esa tribu por las otras tribus. Finaliza con un relato de las providencias tomadas para salvar a la tribu de Benjamín de la extinción después de que fuera virtualmente extirpada por haber apoyado a los gabaonitas culpables.